Lo que en un comienzo fue el razonable intento de satisfacer a quienes buscan los restos de sus seres queridos ejecutados para darles digna sepultura, pasó luego a una especie de revival de la vieja discordia fratricida para imponer a posteriori la salomónica justicia que no se hizo en su día: no ya desenterrar los muertos de la Guerra Civil, sino desenterrar a la propia Guerra Civil para que ahora por fin ganen los buenos.En esa frase se puede resumir el gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero: desenterrar la guerra civil. Mantener la ficción de que el Partido Popular, que habría ganado las elecciones de no ser por el atentado terrorista del 11 de marzo de 2004, es sólo un remanente franquista. Al respecto, en el mismo artículo se lee:
Nos dicen que la derecha no reconoce sus vínculos genealógicos con el franquismo; bueno, ¿y la izquierda? ¿Aireamos de nuevo la lista de líderes políticos, catedráticos, periodistas, etcétera, con un pasado azul que tú bordaste en rojo ayer? Todos ellos fueron franquistas (o combatieron el franquismo "desde dentro", es decir, con cargos franquistas) en la época más dura del régimen: se fueron curando luego, qué cosas. Por no hablar de quienes heredan sus modos en la imposición lingüística (nuevas versiones autonómicas del "hable usted en cristiano" imperial) o sencillamente en el mangoneo de favores o de ostracismos desde cargos públicos, de tanta raigambre dictatorial.Eso por no decir que prácticamente todos los personajes importantes perseguidos por el franquismo o que configuraron una oposición clara a la dictadura son hoy acérrimos críticos del zapaterismo. Salvo, claro está, los que representaban algo peor que el franquismo, como el nonagenario líder del Partido Comunista Español, Santiago Carrillo, al que Ceausescu le regaló un Cadillac en los setenta, y que es responsable de una masacre monstruosa cometida en tiempos de la guerra civil. Bueno, ese personaje es homenajeado por el gobierno de Zapatero, y aun incluido entre "los buenos" por sus portavoces. Sería muy raro que criticara a un gobierno como ése.
El juego de Zapatero consiste, exactamente como el de Chávez, en la "demonización" del adversario político, al que se persigue a todas horas desde la formidable máquina de propaganda de la radio y la televisión públicas y los demás medios, sobornados con cantidades ingentes del erario: buena parte del déficit público se ha gastado en toda clase de anuncios pagados por el gobierno en los medios, a la mejor manera de un régimen comunista. La única diferencia es que no hay límites a las ganancias de los favoritos del régimen. Para dar una idea de la unanimidad de la prensa española a favor de Zapatero hay que pensar en la que exhibe la prensa colombiana en contra del gobierno de Uribe.
A ese "efecto Goldstein" se añade la continua provocación: dado que España es un país con una fuerte tradición católica, las medidas que promueve el gobierno tratan de constituir agravio para la población conservadora: matrimonio homosexual, ampliación de los supuestos del aborto, ley de "violencia de género" que constituye una aberración jurídica (con "delito de autor", al mejor estilo nazi), etc. De ese modo, los partidarios del gobierno andan siempre "movilizados" por causas ajenas a lo que debería ser la función de aquél. Y la sociedad dividida entre "antiguos" y "modernos" que llegan lo antes posible al futuro, que se presenta sólo como disolución y pérdida de responsabilidad.
Durante el siglo XIX en España se dieron procesos más bien desconocidos en Hispanoamérica. Las regiones próximas a Francia experimentaron un proceso de industrialización y enriquecimiento que las hizo más poderosas que el resto, al tiempo que el régimen político se basaba en el "caciquismo", en el dominio de las regiones por parte de camarillas de poder. Tras la catástrofe de 1898, en que el viejo imperio se desmoronó del todo, la gente tradicionalista de esas regiones se planteó la separación de España, siguiendo los intereses de las elites locales. Fue la alianza entre los nacionalistas catalanes y vascos y los partidos de la izquierda lo que dio lugar a la guerra civil: a los que querían destruir las leyes les convenía aliarse con los que querían descuartizar el país. Esa alianza está en la base del gobierno de Zapatero: para aprobar las leyes necesita el apoyo de los nacionalistas catalanes y vascos, y para obtener ese apoyo no vacila en alentar sus reivindicaciones, que siempre conducen a la separación de España (buena parte de los dirigentes de la sección catalana del PSOE son abiertamente independentistas).
En aras del entendimiento con esos sectores de maneras e ideología fascistas, Zapatero intentó negociar la paz con ETA en un proceso que recuerda al de Pastrana con las FARC, con colaboración para la fuga incluida. Dicho proceso reanimó a la banda terrorista, bastante alicaída en 2oo4, y no sirvió en absoluto para su desmovilización.
Es importante insistir en la falacia de la oposición "franquismo versus izquierda". Si se piensa en la reciente admisión a trámite de varias querellas por prevaricación contra el juez Baltasar Garzón, una de las mejores explicaciones del asunto que he encontrado es este escrito del ex presidente (por el PSOE) de la Comunidad de Madrid, Joaquín Leguina. Y sin ir más lejos, el magistrado que presentó la querella es uno de los fundadores de una asociación de jueces progresistas. Del mismo modo, Hermann Tertsch, uno de los intelectuales que con más firmeza denuncia al gobierno, al que califica de "secta", fue durante veinte años director de la sección de opinión del diario El País.
En política internacional, el gobierno español es un campeón de las tesis chavistas, aliado de Ahmadineyad y otros políticos violentos y valedor del régimen cubano en Europa. La adhesión completa al eje bolivariano ha sido una constante en la conducta del ministro de Exteriores Miguel Ángel Moratinos. El hecho de que un régimen como el cubano (nadie entiende nada de Cuba mientras no conozca la historia de Orlando Zapata) se vuelva el juez de la democracia y el respeto a los derechos humanos en Honduras, es muestra de esa perversidad: de que el gobierno español es parte esencial del eje bolivariano y si exhibe mejores modales es sólo porque España no es un país tan primitivo como los que han caído en manos del chavismo, por no hablar del poder que de por sí tiene en la escena internacional (y que hace al gobierno relativamente menos dependiente de Chávez).
En ese contexto es sencillamente grotesco que aparezcan escritos como la última columna de Mauricio Vargas, según la cual el gobierno español mostró "miedo" a Chávez. No tendría ningunas ganas de contrariarlo. Ciertamente, Zapatero y Moratinos no hacen público ningún apoyo a las FARC, pero es porque las FARC ya están vencidas a ojos de los observadores internacionales, que no saben hasta qué punto conspiran para reanimarlas los medios, las universidades, los jueces y los intelectuales en Colombia.
El comunicado conjunto emitido por ambos gobiernos respecto de la colaboración de Venezuela con las FARC y ETA es una muestra de esa complicidad. Y de algo peor: del cinismo que sólo pueden compartir unos criminales. Claro que en Colombia no se nota el grado monstruoso de la mentira porque en Colombia es el tono corriente de la prensa.
Cada día que pasa el gobierno de Mister Bean hunde a España en Hispanoamérica. Las perspectivas de la economía española son bastante parecidas a las de la economía venezolana, mientras que la separación de Cataluña ya se da por hecha en muchos ambientes. ¡Qué curioso! No la condenan los franquistas sino los perseguidos por el franquismo. Los franquistas, toda una casta de miserables, están con Zapatero.
(Publicado en el blog Atrabilioso el 10 de marzo de 2010.)