lunes, febrero 28, 2011

¿Justicia o atropellos sin máscara?

De tanto leer últimamente la palabra justicia en la prensa colombiana me queda la impresión de que esa palabra ya significa cualquier cosa, a la vez el sentido de una acción como "ajusticiar" y el gremio de tinterillos que constituye la mafia más funesta y a la vez más arquetípica: como si todas las redes criminales fueran "réplicas" del Estado invasor del tiempo de la Conquista y de sus representantes, entregados al saqueo y la esclavitud de los aborígenes. Es decir, la forma prístina de enriquecerse a punta de iniquidades era tener un cargo en el aparato estatal, abiertamente en el siglo XVI y sin muchas variantes hoy en día. De hecho, dada la mutua relación de los gremios judiciales y las organizaciones de extorsionistas y traficantes de cocaína, éstas parecen recaudadores y capataces remotos al servicio del grupo social que domina la "justicia", tal como hace unos siglos lo eran en las minas de oro y en las plantaciones caucheras.

De modo que cada vez que se menciona la justicia hay que prestar atención no sólo a las explicaciones del diccionario, sino sobre todo a la condición real de quien emplea la palabra. ¿Nadie ha leído en las porfiadas, patéticas y siniestras campañas de la prensa para intimidar al ex presidente Uribe un tono presuntuoso de amenaza? Los pensadores, con frecuencia miembros de redes de propaganda de las ONG, partidos pacifistas y colectivos de abogados que rodean a la "insurgencia", se jactan del hecho de que muchos funcionarios del anterior gobierno tienen problemas con la "justicia". Ayer mismo salía la noticia en la prensa de que volvieron a denunciar a Uribe ante la Comisión de Acusaciones, pero cuando uno va a leer resulta que los denunciantes son líderes conocidos o discretos del Partido Comunista.

Jaime Restrepo hablaba en su artículo del lunes de "la majestad de la justicia", aludiendo a la respetabilidad que se supone en quienes administran justicia, cosa escandalosamente ausente en los proveedores de iniquidades que ostentan esos cargos en representación de las mafias políticas que ascendieron gracias a los carrobombas de Pablo Escobar y las masacres del M-19. Esa noción tiene que ver sobre todo con la ausencia de interés particular en quien juzga, cosa que en Colombia ni siquiera pretenden. La administración de justicia ha llegado a ser simplemente el instrumento de persecución que sirve a un grupo interesado, pero el último sustento de eso, la última causa de que exista, es que los demás, siguiendo el orden de siempre, temiendo al inquisidor o al funcionario imperial, y en lo posible buscando estar en buenos términos con él, lo toleran.

Con frecuencia la palabra justicia se emplea con el sentido de venganza, cosa que en muchos casos es correcta, como reparación de un agravio. Otra cosa ocurre cuando tal agravio no existe o es por completo discutible, y la reparación sólo es la aplicación del látigo por el dominador. Es lo que pasa actualmente con los atropellos del poder judicial en Colombia: son aplaudidos por los poderes fácticos, sobre todo por la prensa, la gran empresa de los dueños tradicionales del país, pero ese aplauso constituye el premio a la injusticia, a la falta de equidad, de razón y de derecho.

La historia reciente de Colombia ilustra maravillosamente sobre la noción que tienen los colombianos de la justicia. Es algo generalizado en todos los grupos poderosos y tiene por muy diversos caminos impacto en el resto de la sociedad. El gobierno de César Gaviria llegó a un acuerdo infame con Pablo Escobar por el que se le permitía seguir delinquiendo desde su jaula de oro, todo con el fin de mostrar algún logro del presidente, y después se alió, cosa que todo el mundo sabía y la prensa publicaba, con los rivales del capo en el tráfico de cocaína y con los fundadores del paramilitarismo. ¿Alguien recuerda que el poder judicial se inquietara por el castigo de esas conductas? ¿Y la prensa?

El de Samper no sólo empezó financiado por una organización mafiosa, sino que en defensa de los intereses del presidente fueron asesinadas muchas personas. ¿Alguien recuerda que la prensa se preocupara de castigar a los funcionarios que podrían estar involucrados en la muerte de la "monita retrechera" y de otros? ¿Y que algún articulista mencionara la cada vez más clara relación de ese presidente con el asesinato de Álvaro Gómez? Los principales acusadores del gobierno de Uribe en la prensa, que acompañan las iniquidades de los tiranos de las cortes, eran funcionarios de ese gobierno, y no se puede decir que los que no lo eran tengan motivos diferentes, pues ¿alguien recuerda que UNO SOLO se acuerde de esos procesos? En el caso de Felipe Zuleta o Ramiro Bejarano los motivos para el odio tienen que ver claramente con la lealtad con Samper. En el de Alejandro Gaviria no se establece el nexo, pero sus manifestaciones tienen la misma orientación y sus invectivas los mismos blancos.

Andrés Pastrana colaboró de muchas maneras con la guerrilla de las FARC, a la que en la práctica autorizó a reclutar niños y guardar secuestrados en la vasta zona que le cedió. Todavía hay muchas dudas sobre los motivos de tan bizarra generosidad, desde el poder innegable que generan varios miles de millones de dólares de recaudación anual hasta las promesas de recibir un Premio Nobel de la Paz por convertir el asesinato en masa en fuente de derecho. Los amigos de Pastrana colaboran con los de Samper en la persecución del uribismo, y ciertamente nunca ha habido nadie que piense que el ex presidente debiera responder por los miles de asesinatos que promovió ni por los demás crímenes de sus aliados.

Mi punto no es que los los culpables son los perseguidores de Uribe, esas decenas de paniaguados de la casta oligárquica que sugieren en todo momento que a Uribe se lo debe matar para que no publique sus opiniones en Twitter, sino que lo son los demás colombianos, pues ¿a cuántos ha sorprendido esa rara determinación de la "justicia"? ¿A cuántos indigna o asquea que los mismos organizadores de las FARC, hoy aliados con el gobierno de Santos, se dediquen a usar sus "fichas" en el poder judicial para perseguir a quienes han estorbado a su tropa? Hablar de la desfachatez de la caterva de prevaricadores es hablar de los socios de las FARC, de los que se han enriquecido copiosamente gracias al poder terrorista y a las alianzas que establecieron sus jefes políticos con gobernantes como Ernesto Samper.

Paradigmático tanto de los herederos de la industria del secuestro como del fervor asesino contra Uribe es el escritor Héctor Abad Faciolince, cuyo padre era un muy importante líder de la Unión Patriótica cuando fue asesinado. El hijo se hizo famoso gracias a la promoción que recibió por parte del Partido Comunista, y después del gobierno de Ernesto Samper, que necesitaba la alianza con ese partido, dueño de las universidades, los juzgados y la función pública en esa época (el espeluznante y desternillante Wilson Borja era presidente de la federación de sindicatos de empleados estatales). La última diatriba del escritor, de conmovedor patetismo, llama a sus huestes a acallar a Uribe, sin insistir en los medios por ser obvios. La desfachatez de sus "argumentos" es bastante más grave que los secuestros de que obtenía su padre poder político.
Y los del DAS pusieron micrófonos en la sala de la Corte Suprema, para oír ilegalmente sus deliberaciones. Si el FBI o la CIA hubieran hecho esto en Estados Unidos, las consecuencias para el gobierno que hubiera instigado semejante insulto se oirían durante siglos.
En este aleccionador párrafo se da por sentado que los altos tribunales estadounidenses se dedican a conspirar para tumbar al gobierno, ejercen de jueces de primera instancia, legislan cada vez que les interesa cambiar el orden legal, están formados por aliados de poderosas redes de traficantes de cocaína, fueron nombrados por sus lealtades con políticos de trayectoria sospechosa, como lo son ellos mismos. La mentira es tan obscena que sólo un canalla cuya carrera se ha forjado por la lealtad con quienes encargan secuestros se atreve a tanto.
No es posible chuzar a la Corte Suprema y luego pretender que la Corte Suprema se cruce de brazos.
Donde se establece que la autoridad judicial puede permitirse ser juez y parte, que para eso es el poder judicial: la autoridad no tiene por sentido administrar justicia, sino asegurar su poder. ¿Alguien se imagina una sola objeción en toda la prensa y aun en la opinión colombiana ante semejante perla?
Porque ordenarles a los servicios de inteligencia chuzar a los altos magistrados y a los principales periodistas y opositores políticos del país es un delito más grave, muchísimo más grave que el escándalo de Watergate.
Esta vez el asqueroso ejerce de jurista. Los "principales periodistas", como Hollman Morris, son más o menos abiertos propagandistas del terrorismo, así como los "opositores políticos" que supuestamente fueron espiados. ¿Alguien duda de que este hampón es sin la menor duda un aliado de las FARC? ¿Cuántos crímenes no se habrían evitado espiando adecuadamente a Piedad Córdoba? En cuanto a los magistrados, es evidente que trabajan para intereses mafiosos. De modo que espiar a semejantes "joyitas" podrá ser más grave que el escándalo Watergate, pero no que la alianza con los Pepes, el asesinato de Álvaro Gómez ni la contribución a miles de secuestros y asesinatos.
¿Por qué se va al exilio la señora Hurtado? Para no tener que decir de dónde venía la orden de oír a los jueces, a los políticos y a los periodistas, ya que confesar esa verdad era lo mismo que poner una lápida en su pecho. Mejor callada en Panamá que acorralada aquí entre la pared de la verdad y la espada del miedo.
Aquí se dice que Uribe habría mandado matar a quien lo denunciara como instigador de las interceptaciones, cosa que será normal para Abad porque ¿cuántos asesinatos no habrá encargado su padre desde la dirección de la Unión Patriótica? Y es tan obvia la respuesta que sólo la más desvergonzada propaganda criminal puede ponerla en duda: la señora Hurtado iba a ser condenada a 18 años porque le conviene a los intereses de los promotores de la carrera de Abad, ¿por qué no iba a exiliarse?

El nivel de la calumnia de este asqueroso no es menos brutal que los crímenes que habrían hecho a su padre, quizá, presidente vitalicio. ¿Alguien se sorprende de que personas de tal talante sean los compañeros de la "justicia"? Queda por averiguar, y ya uno está completamente desarmado, ¿qué motivos pueden tener para tanto odio contra Uribe? ¿Alguien recuerda alguna rabia parecida contra los gobiernos que permitían secuestrar a diez cristianos cada día? Lucrarse de los secuestros, cosa que uno, lógicamente, no sabe si hace el escritor, es muchísimo menos grave que lo que él hace con su escrito sicarial.
Uribe y sus aliados son poderosos, pero hoy son los huérfanos y las viudas del poder. Nosotros, los periodistas, podemos convertirnos en los altavoces, en los amplificadores de sus rabietas y diatribas, o simplemente dejarlo que grite y vocifere a solas en su Blackberry. Tenemos la tentación de seguir en ese ambiente crispado, lleno de rabia y adrenalina al que nos acostumbró su gobierno. Pero lo más sensato sería hundir el botón de “mute” cuando estos cruzados del odio vociferan, e insultan. Ya pasamos esa página, ese trago amargo. No le demos más prensa ni le prestemos más atención a tanta rabia. Bajémosle la fiebre a todo esto hundiendo ese pedal que en el piano se llama sordina. Que grite solo, como Chávez. Y preguntémonos en silencio, simplemente, de cuando en cuando, por qué no se callará. Porque eso sería lo mejor para todos: que se callara.
Ésa es mi tierra: quien no aprueba que condenen a alguien a prisión perpetua por vigilar a unos criminales es un cruzado del odio, pero quien acusa sin ningún argumento al presidente de querer matar a una persona es un emisario del amor, no faltaría más. Los que desde el comienzo, desde antes de que Uribe ganara la primera elección, han estado calumniando desde la prensa por supuestas relaciones de su padre con el cartel de Medellín, pasando por las miles de noticias falsas, las miles de conjuras, El embrujo autoritario, etc., que hemos presenciado son extrañamente los voceros de la decencia. Los mismos (basta con leer CUALQUIER periódico de los tiempos del Caguán) que ante cada masacre explicaban que "las partes necesitaban llegar fuertes a la mesa de negociación".

Colombia se recuperó de las insidias de estos criminales durante los ocho años de Uribe, y fue esa satisfacción lo que permitió la derrota del candidato que promovía Abad. Si las intrigas y manipulaciones del nuevo presidente, traicionando a sus electores, lo lleva a ser el principal impulsor de la persecución al uribismo, como acertadamente sugiere Álvarez Gardeazábal, nadie debe sorprenderse de que el crimen remonte. Abad y los cientos de paniaguados que vociferan, calumnian, censuran, sugieren asesinatos y mienten desde la prensa son sólo los portavoces de ese poder.

Y no se podrá hacer nada contra ellos mientras los colombianos no se detengan al menos a pensar que la justicia no puede ser lo que conviene a cada uno. Que las persecuciones que establece un poder ligado al crimen son exactamente lo contrario de la justicia.

En los museos de las grandes capitales se pueden ver máscaras rituales africanas. Éstas forman parte de la tradición de muchas tribus, y su uso tiene el sentido de proclamar que quien impone un castigo no es un individuo sino el poder mítico encarnado en la máscara. Los colombianos están muy por detrás de la noción moral de esas tribus. Para los colombianos es correcto imponer castigos por propio interés, a tal punto que ese columnista no tiene el menor pudor en proclamar la parcialidad de la corte, juez y parte, y que nadie se sorprende.

(Publicado en el blog Atrabilioso el 1 de diciembre de 2010)

lunes, febrero 21, 2011

El régimen de la Constitución de Pablo


Un nuevo orden
Cuando los historiadores se ocupen de este periodo de la historia de Colombia podrían designarlo mencionando la ley fundamental que surgió del acuerdo de un presidente designado por un niño a cuyo padre acababan de matar en alianza con el jefe del tráfico de drogas (al que estafaron convenciéndolo de que permanecería impune al quedar prohibida la extradición en la Constitución) y con una organización terrorista promovida por los herederos de la República Liberal. Tras los dieciséis años del Frente Nacional vinieron otros dieciséis de indecisión, en los que no estaba claro para dónde cogería el país y en los que los exportadores de cocaína llegaron a tener enorme poder político, hasta la consumación de ese proceso en una nueva organización del Estado que pronto cumplirá dos décadas.

Paréntesis
El desconcierto de mucha gente ante las actuaciones del nuevo presidente resulta cada vez menos justificado: el uribismo viene a ser un paréntesis originado en la revuelta popular contra las atrocidades del Caguán. Cuando las aguas vuelven hasta cierto punto a su cauce, también el poder lo recuperan los amos de siempre. El gobierno de Santos es en esencia la continuidad del de Gaviria y el de Pastrana, con ínfimos matices. Un gobierno que se ajusta al régimen, cosa que no ocurría con el uribismo y que es la causa del desasosiego que genera. Es decir, para entender a Santos y su gobierno hay que tener en cuenta sobre todo el verdadero reparto del poder estatal, más que los vaivenes de la opinión. No busca tanto ganar popularidad cuanto ser un inquilino grato a los dueños del Estado. Si se convierte en el más fiero, aunque melifluo e hipócrita, perseguidor del uribismo, es sobre todo porque de ese modo se legitima ante el poder real.

Ajustes
Por tanto, los setenta y los ochenta pueden entenderse como un periodo en que cada grupo de poder ajustaba cuentas para alcanzar la hegemonía a costa de los demás. Tras la creación de una guerrilla controlable a distancia por López Michelsen y el MRL, Enrique Santos Calderón creó la revista Alternativa, también dedicada a incendiar el país con retórica castrista, pero ligada a una nueva banda menos dogmática en la adhesión al foquismo y el modelo guevarista. Los godos contraatacaron buscando dividir el bando liberal-izquierdista mediante el reforzamiento del PCC y su tropa. Antes del Caguán ya Betancur había tratado de brindar reconocimiento a las FARC en busca de un nuevo bipartidismo que encogiera a los liberales.

Las leyes
Aparte de la retórica totalitaria, que sirve de pretexto a la bien organizada cleptocracia, la Constitución del 91 se distingue por la expansión del gasto público, el debilitamiento drástico de las instituciones elegidas y la "relativización" de todas las leyes y contratos, susceptibles de convertirse en papel mojado cada vez que a un juez o a quien lo nombra le da por inventarse un derecho fundamental que resultaría afectado. De eso sale claramente que el régimen no cuenta con los ciudadanos sino con la clase de los funcionarios y no se somete al veredicto de las urnas. Si se tiene en cuenta que detrás de los políticos y jueces están los clanes poderosos, y que éstos son los dueños de la prensa, la hegemonía con que cuenta es en la práctica absoluta, pero esa hegemonía cuyo último recurso es la inexistencia del derecho (reemplazado por la discrecionalidad de los jueces) tiene un nombre: opresión. ¿Puede concebirse mayor prueba de que se trata de opresión que el hecho de que las autoridades delincan abiertamente, por ejemplo prevaricando respecto del nombramiento de fiscal, sin que ni siquiera se las pueda denunciar?

Paradojas
Uno escribe "paradojas" como por hacer una broma: la monstruosidad de ese régimen es tal que para hablar de paradojas hay que cerrar los ojos ante las evidencias. La ostentosa impunidad de Piedad Córdoba acompaña a la determinación de que un político que acudió a una reunión con criminales que podrían amenazarlo resulta el planificador de todo lo que hicieran antes y después esos criminales, o que interceptar a personas abiertamente relacionadas con potencias extranjeras hostiles, con organizaciones de traficantes de cocaína o con bandas terroristas se vuelve "crimen contra la humanidad" y el filántropo que profiere tal sentencia era el jefe de una organización de secuestradores y asesinos. No hay ninguna paradoja, el régimen que impera en Colombia es la pura tiranía de los asesinos, traficantes de cocaína y prevaricadores.

Fulanismos
Ya es tradicional que en Colombia no haya adhesiones a programas ni idearios sino a personas. En el caso de la población ordinaria se podría pensar en falta de madurez política, pero cuando se trata de los aspirantes a cargos públicos se trata de otra cosa: lo único que los mueve es el nombramiento y la autoridad que derivan de él. Obviamente, el robo es el paso siguiente, toda vez que las probabilidades de quedar impunes son altísimas (siempre y cuando se esté de parte del régimen). Sería muy bueno conocer la ideología del gavirismo o del samperismo o del pastranismo, en qué se diferencian realmente. Los capitanes de esas corrientes sólo son los que dispensan favores según el poder accionarial que tengan en el régimen, es decir, según la capacidad que tengan de mover fichas (normalmente en las altas cortes) en favor de uno u otro interés.

Componendas
Desde que era candidato, Santos se mostró incapaz de comunicar nada creíble a los ciudadanos, pero en cambio muy hábil arreglando apoyos y acuerdos con gente cuya motivación no es propiamente el bien común. Es decir, tratándose del reparto del botín, lo que ocurre siempre es que se negocia a la manera de Tony Soprano. Santos es el rey de esa actividad, pero Gaviria, Samper y Pastrana no le van a la zaga: llegan a presidentes sobre todo por eso. Las prisas por sacar una ley de tierras y otra de víctimas muestra hasta qué punto el régimen es sólo una cleptocracia cuyo fundamento es el poder judicial que emana de la Constitución del 91. Lejos de restituir a los desplazados o despojados por la violencia, se reforzará el poder de aquellos que sepan aliarse con el régimen, con sus políticos, jueces y ONG. Las víctimas favorecidas son sobre todo los mismos próceres, y los victimarios que las restituyen son los demás colombianos, en un nivel de un millón de pesos por cada uno (la mayoría de las familias pagarían, si bien indirectamente, más de lo que ganan en un año).

Persistencia
Ese acuerdo para repartirse el botín es sólo la vida colombiana de siempre, sólo que gracias a los "carrobombas" de Escobar y a asesinatos como el del sindicalista José Raquel Mercado ciertos grupos accedieron a las rentas y se halló otra falacia para escamotear la voluntad ciudadana y borrar todo rasgo de democracia. Ese arraigo del orden surgido con el engendro bárbaro que fue esa Constitución explica muchas cosas, tanto la desfachatez de los usufructuarios como el apocamiento de las víctimas. Detrás del descaro de un multimillonario empresario del crimen como Iván Cepeda, en defensa de los jueces que lo enriquecen, está simplemente la esclavitud, que en las regiones donde opera el frente Manuel Cepeda Vargas puede materializarse en una castración pedagógica.

Impotencia
Uno escribe y registra esas cosas, pero realmente es muy improbable que vaya a cambiar nada. La Asamblea Constituyente de la que surgió el engendro sólo fue elegida por el 20 % de los ciudadanos, pero ¿en qué andaba el otro 80 %? Todavía en 2002, después de la orgía de sangre que fue el gobierno de Pastrana, con diez secuestros cada día, la lista más votada al Congreso fue la del M-19, y en Bogotá ganó dos veces el partido aliado de las FARC. Es grotesco que anden escandalizados por los desfalcos de Moreno Rojas después de que las FARC apoyaran su candidatura y de que en el Concejo estén tanto el primer líder del Partido de las FARC como el mismo hermano de alias Alfonso Cano, por el mismo partido. La popularidad de Uribe permitió albergar la esperanza de que intentaría cambiar ese orden, pero el único cambio que se le ocurrió fue quedarse otros cuatro años de presidente. Ya libre para actuar en política, se declara comprometido con la obra de Santos, recuerda a quien quiere oírlo lo que hizo en su gobierno y trata de no perder la adhesión de los funcionarios y políticos que participan del botín actualmente. No será Uribe quien promueva una constituyente nueva, y cualquier esperanza de regeneración debe concebirse como algo todavía muy embrionario. De hecho, podría ser que la CSJ "perdonara" a Uribe en agradecimiento a su indolencia.

(Publicado en el blog Atrabilioso el 24 de noviembre de 2010.)

lunes, febrero 14, 2011

Jojoy y la ideología universitaria. 3. La victoria inesperada


La exportación de cocaína ha sido un rubro importante de la economía colombiana en las últimas cuatro décadas. La mayoría de los jefes visibles de esa industria, los malhechores que organizaron las redes y rutas y las bandas de sicarios con que se defendían de competidores y perseguidores, están hoy muertos o presos, y sus fortunas dispersas o desaparecidas. Se trataba casi siempre de aventureros surgidos de la delincuencia, o de ex policías o ex militares de baja graduación.

Pero el dinero fluía y fluye hacia los grupos poderosos: abogados, jueces, funcionarios públicos de distinto rango, políticos, militares y policías de alta graduación, testaferros con base económica... Personajes que obviamente no conocen las cárceles, salvo que hayan incomodado a las redes y camarillas que controlan el aparato judicial. Al cabo de un tiempo, el tráfico de cocaína representó una brutal "contrarreforma social" (parafraseando la socorrida "contrarreforma agraria" de la propaganda terrorista, grosero pretexto de la universidad para convertirse, falazmente, en defensora de las víctimas de la guerra que emprendió). La nueva industria determinó una concentración mayor del poder y de los recursos en las castas que usufructúan el Estado desde mucho antes de la Independencia, obviamente a costa del sector productivo formal y de quienes no tienen acceso al favor estatal. Baste pensar en la multiplicación del valor de las viviendas desde los setenta para entender esa concentración como factor de exclusión.

Si se piensa en el poder político y no sólo en el dinero, el fenómeno es mucho más marcado. La necesidad de Pablo Escobar y sus mariachis de "vacunarse" contra la posibilidad de la extradición determinó la jugada de César Gaviria de convocar una Constituyente. Asesinada la cúpula judicial por la alianza entre el capo y la tropa que obedecía a Alternativa, las "fichas" del Movimiento Estudiantil Revolucionario ascendieron en la carrera judicial, obviamente con los previsibles "refuerzos" y "castigos" (para usar el lenguaje de los psicólogos conductistas) que podían repartir en el gremio tan solventes y enérgicos patrocinadores.

La nueva Constitución, modelo de las que después promoverían Chávez y sus émulos, llevó al extremo dicha contrarreforma social: se multiplicaron los recursos para el funcionariado, festín animado por el entonces reciente descubrimiento de Caño Limón. Gracias a eso, y a la necesidad de respaldo y legitimación del contubernio constituyente, la presencia de los emisarios de la utopía en las universidades y en los servicios públicos se afirmó, además por el apoyo de los que ya tenían su puesto, es decir, los lagartos y demás personajes relacionados con el viejo orden, agradecidos por las pensiones y demás prebendas fabulosas y por el blindaje contra toda posible evaluación.

De paso, la nueva norma fundacional encontró en la tutela el atajo para convertir todas las leyes y todos los contratos en papel mojado, concentrando el poder en los abogados y jueces (los que, en la etapa estudiantil, más habían hecho por el sueño revolucionario), y en quienes podían incentivar o intimidar a dichos gremios: los mafiosos, los terroristas y las camarillas ("roscas") del poder político.

Como ya he señalado muchas veces, la mayor atrocidad que ofrece Colombia al mundo es que los beneficiarios de esa extrema desigualdad tienen por oficio quejarse de la desigualdad. Cuando el modo de vida de alguien es una mentira semejante, cuando el parasitismo más desvergonzado se disfraza, aun para el mismo beneficiario, de filantropía, y el despojo sistemático en "justicia", se está ante un falseamiento extremo de la condición humana. Alguien que convive con eso ya no podrá observar ninguna norma de respeto de sí mismo. La desfachatez con que los "juristas" de la Corte Suprema de Franela ejercen su tiranía y con que los sicarios de la prensa la justifican ya muestra una condición moral que avergonzaría a Jojoy.

Por eso no es sorprendente la ambivalencia de la universidad ante las FARC y el ELN, sean cuales sean sus crímenes: ¿alguien recuerda un solo documento firmado por tres o cuatro profesores en que se pida a esas bandas que se desmovilicen o en que se condene su actuación? TODOS los actos políticos de la universidad tienen por objeto cobrar esos crímenes, sacar provecho de ellos, convertir a los rentistas que prosperaron gracias a Pablo Escobar en amos de la sociedad. El tráfico de cocaína y el ascenso de las bandas terroristas produjeron en Colombia un mandarinato bastardo cuyo efecto inmediato, dada la mentira de que proceden las rentas de los beneficiados, es una profunda desmoralización.

Y eso afecta a toda la sociedad, tal como un crimen monstruoso daña a todos los que lo presencian. ¿Alguien se habrá preguntado cómo es que en El Espectador escriben al menos media docena de columnistas que son profesores de la Universidad Nacional y que usualmente no dan ninguna clase (la transmisión del leninismo se deja a otros menos relacionados con las grandes familias) sino que son "investigadores"? El sueldo de esos señores es el galardón que obtienen por deslegitimar al gobierno elegido por los ciudadanos, que pagan ese oneroso tributo gracias al poder de los carrobombas de los años ochenta y noventa. Todo lo cual, sobra decirlo, no incomoda a nadie. Ni el gobierno anterior ni el actual se han planteado la conveniencia de que la legitimación del terrorismo deje de estar pagada por las víctimas.

Y esa realidad termina explicando la base sociológica del terrorismo totalitario: la labor de Jojoy conduciría a una abolición de la propiedad y después de todas las libertades. ¿Quién se habría de beneficiar de eso? Obviamente, el clero universitario, la burocracia parasitaria, en resumen, el mandarinato bastardo que mencioné antes. En caso de que el terror dé sus frutos, ellos se dedicarán a aderezar falacias para legitimar la opresión, tal como han hecho los intelectuales cubanos durante medio siglo.

Pero visto el relativo fracaso de la tropa rústica no hay que creer que pierden mucho, pues ya tienen las rentas y el poder. Lo único que les incomoda es exactamente aquello por lo que organizaron tantos levantamientos armados: las urnas, el hecho de que la gente se exprese y elija a sus gobernantes (la "democracia electoral" era el nombre universitario para esas odiadas costumbres). En Colombia, dadas las condiciones morales de la población, se tolera esa absoluta irrelevancia. El gobierno fue elegido para que continuara el uribismo y se ha dedicado a enterrarlo. No se puede negar que es una opción práctica, pues el poder real lo tienen las camarillas que heredaron la Constitución de Pablo Escobar y hoy controlan toda la rama judicial. Por eso la absoluta coincidencia entre los defensores de las FARC y la Corte Suprema de Franela. Buscan lo mismo, ningunear la decisión de los ciudadanos y tratarlos como ganado.

Muy engañados están los colombianos si creen que el retroceso de las FARC los librará de aquello que buscaba la banda: con el gobierno Santos, aliado con el hampa judicial y los demás poderes fácticos, la prensa y la universidad, los patrocinadores del terrorismo acceden a todo el poder. Puede que la triste tropa de Jojoy les resulte hoy por hoy más bien un estorbo y pongan a políticos uribistas a perseguirla. La democracia y la libertad han retrocedido casi tanto como si las FARC hubieran ganado la guerra.

(Publicado en el blog Atrabilioso el 17 de noviembre de 2010.)

domingo, febrero 06, 2011

Jojoy y la ideología universitaria. 2. Adiós a Dios

El ateísmo, la negativa a aceptar que una voluntad externa rige el mundo, está en la base de la tradición filosófica griega, que es al fin de cuentas el origen de nuestra civilización. Pero tal visión corresponde al anhelo de saber de un tipo de individuos que concibieron infinidad de hipótesis sobre la esencia y el origen de la materia, el universo o la vida, que se pasaban el día tratando de entenderlo. Ser ateo comporta desistir de atribuir al mundo cualquier sentido, cualquier causa final (es decir, no existe para nada).

En otras palabras, el ateísmo desempeña un papel en la indagación filosófica y no puede ser una certeza fácil que alivie a la gente de las cargas ligadas a su tradición religiosa. Quien lee a los grandes filósofos muy rara vez encuentra proclamas de ateísmo o condenas de la religión. Por el contrario, desde la Edad Media son muchos los pensadores creyentes, los que intentan hacer compatible el cristianismo con la razón desarrollada en la Antigüedad (que también tuvo su papel en el origen del cristianismo). Tampoco Marx, que dice que en el mundo que creó la burguesía la religión es el opio del pueblo pero no atribuye a "opio" la acepción que el populacho le da: era ante todo una forma de disfrute y alivio que no estaba al alcance de todo el mundo.

La pérdida de la religiosidad en individuos que no tienen hambre y sed de verdad sólo conduce a una profunda desmoralización, precisamente porque la religión era la base de un acuerdo general sobre los límites de lo que se puede hacer. El intelectual Iván Kamarazov se preguntaba: "Si Dios no existe, entonces ¿todo está permitido?". Cuando uno lee las arduas y apasionadas discusiones sobre el aborto se queda siempre desconcertado ante la tosquedad de los liberalizadores. ¿Qué es lo que hace que el feto de dos meses sea desechable y el niño de dos meses de nacido no? Los mismos griegos y romanos dejaban morir a las criaturas que no interesaban, a menudo a las niñas. Tampoco habría por qué desistir de comer carne humana, como hacían antes de la Conquista los habitantes de Mesoamérica (mucho más cerca de los europeos de su tiempo en refinamiento y organización que de los habitantes de la actual Colombia). De hecho, últimamente no es raro encontrar noticias sobre gente que se aventura a hacerlo. Lo mismo se podría decir sin problemas del incesto, del homicidio, de la crueldad, etc.

¿De dónde viene que alguien que profese el ateísmo deba tener alguna enemistad con quienes creen en Dios? La persona religiosa en cierta medida asume el compromiso de conservarse inocente, cuando es cristiana observa no sólo el mandamiento de amor al prójimo, que no es ninguna obviedad y sobre todo no lo era antes, sino también las normas mosaicas. Quienes buscan esa enemistad sólo halagan el orgullo de personas muy mediocres intelectualmente para utilizarlas con otros fines.

Como país heredero de la Contrarreforma, Colombia sufre el flagelo de una religión severa que tenía que convivir con una empresa que negaba la esencia de sus convicciones. El saqueo, el exterminio y la esclavitud de la población aborigen no eran propiamente formas de amor al prójimo, y la conversión forzosa y masiva, ligada a la esclavización, era más una forma de dominación que de enseñanza de una doctrina de amor. El aislamiento del país, la precariedad de las condiciones materiales, el mismo primitivismo de los aborígenes, etc., fueron debilitando el sentido de un discurso religioso que desempeñó un importante papel en la formación de la Europa moderna.

El catolicismo realmente existente durante los siglos coloniales y en el periodo republicano ya era, comparado con el modelo de la misma tradición cristiana, una forma de desmoralización. Convivía con la crueldad, con el desprecio, con el atropello constante y con una muy marcada hipocresía. De hecho, ya el modelo de penitencia y perdón siempre y cuando se acepte la primacía de la institución religiosa (y de sus ministros) termina siendo una forma de "carta blanca" para delinquir. El lamentable episodio de la relación de García Herreros con Pablo Escobar, convertido en aspirante al cielo antes de su última fuga, ilustra muy bien ese problema.

Es de ese orden hegemónico de donde surge la ideología universitaria o jojoyana. Hipócritamente presentada como "ilustración" o "progreso", pero en realidad como continuación del orden de Apartheid cuando los valores liberales y democráticos amenazan con acabar con los privilegios de las castas superiores. En el juego de intereses de esas castas la cuestión religiosa se vuelve una guerra de banderías y no un problema filosófico. Y el "ateísmo" es sumamente útil: es necesario quitarles frenos a los esclavos para que se maten sin complicaciones para conseguir que Molano llegue a ministro vitalicio.

Pongo "ateísmo" entre comillas porque la ideología universitaria colombiana es un conjunto de resortes y sobreentendidos. La religión se considera un lastre para el progreso, y los problemas morales se niegan. Hace unos cuantos años le pregunté a un comunista si estaba casado y me miró con desconcierto y rabia: "¿Te imaginas que yo voy a vivir amancebado?". Si se piensa en los crímenes, siempre dicen que eso ya no pasa porque ya nos hemos civilizado, pero ¿qué es "civilizarse"? Si hay una vaga noción del deber de amar al prójimo es precisamente por el cristianismo que los nuevos inquisidores en todo momento persiguen como superstición. Y en todos los casos el límite de los crímenes resulta más bien laxo: las FARC y el ELN secuestran y matan gente desde los años sesenta, y hasta los tiempos del Caguán los apoyaban abiertamente 99 de cada cien estudiantes o profesores de universidades públicas. Para esa ideología el aborto o el tráfico de drogas sólo son delitos por la perversidad de quienes los prohíben. Fuera de ahí son "derechos".

Es decir, el mito religioso, milenario y complejo (que, para mencionar sólo el siglo XX, profesaron personas como el poeta más reconocido por los otros poetas, Eliot, o el cineasta más admirado por su profundidad en el medio del cine, Dreyer), se reemplaza por un mito más barato y menos exigente, en el que no faltan la atribución de un sentido al mundo y aun el invento de una "moral natural", reducidos al nivel de comprensión de una chusma elemental y ansiosa de imponerse por la violencia. En cambio, el orden social en el que los descendientes de los españoles se hacen funcionarios de la organización espiritual permanece intacto: sólo es que antes las rentas provenían de los rezos y de la vigilancia de la moral, mientras que ahora llegan de la condena de la religión y de toda la ingeniería social emprendida con recursos fabulosos de las víctimas del terror (como los "estudios de género, de la UN). El espíritu inquisitorial también permanece intacto.

Esa suplantación de la religión por una ideología brutal y de corto vuelo está detrás de todas las atrocidades del siglo XX: fue por igual la norma en la Alemania nazi, en la Rusia de la colectivización, en la China de la Revolución cultural y en la Camboya del jemer rojo. En Colombia una vez la base social del totalitarismo (el estudiantado, aun después de graduarse, como parte de la vasta casta que intenta imponer el régimen de partido único) abraza la ideología anticristiana, no es raro que los oficiantes de la "lucha" (que reemplaza a las viejas misiones de los católicos) se permitan todas las transgresiones imaginables a la moral "sobreentendida". El avispado "intelectual" siempre podrá decir que la pedofilia de Raúl Reyes es culpa del régimen que no buscó la negociación de paz.

¿No es el tipo de razonamiento habitual de 999 de cada 1.000 profesores colombianos? La ideología jojoyana hereda de la religión ese arte de brindar identidad a sus prosélitos: una vez reconocidos todos en la superioridad de su condición de sabios insondables que se atreven a declarar que Dios no existe, no tienen ningún problema en engañar con cualquier pretexto a la masa enemiga (la de los creyentes o no adeptos al sueño de la sociedad sin clases).

Esa manía antirreligiosa acompañó al comunismo en todas partes. En España en los años treinta fueron asesinados unos ocho mil curas y monjas por el mero hecho de serlo. Y es una constante el deseo de reemplazar a la Iglesia por el Estado, haciéndolo dueño hasta de la intimidad de las personas. El pseudoateísmo "científico" conviene a ese fin.

Lo que distingue a Colombia es el absurdo continuo: los profesores universitarios corrientes son capaces de montar en cólera porque se los compare con Jojoy, pese a que su visión del mundo es idéntica. ¿No debería ser el finadito quien hallara muy odiosa esa comparación? A fin de cuentas tenía mejor comprensión de lectura, mejor lenguaje, mejor compañía femenina y más prestigio entre la izquierda que ellos. Claro que semejantes sabios no aspiran a un Rolex: dado que hace falta un poco de valor para alcanzar esos ingresos, y no sólo recitar mentiras e idioteces para favorecer la actividad de la tropa remanente, queda mejor optar por la superioridad moral.

(Publicado en el blog Atrabilioso el 10 de noviembre de 2010.)