domingo, abril 29, 2012

Déficit de civismo


Continuando con la serie de artículos con que pretendo describir el ciclo histórico largo que atraviesa la sociedad colombiana (1, 2, 3), dedico esta cuarta entrada al gran ausente: la ciudadanía.

Una persona extranjera que se tomara el trabajo de tratar de entender a los colombianos descubriría con pasmo increíble que prácticamente todos consideran a las organizaciones terroristas algo ajeno a su sociedad, urgida eso sí de cambios que prácticamente todos consideran obvios y que de pura casualidad coinciden con las propuestas de dichas organizaciones. Muy curioso, como que cada ciudadano se sienta particularmente agraviado por la sociedad tal como es y con todo el derecho del mundo a exigir perfecciones que considera más o menos naturales y respecto de las cuales nunca considera que le haga falta hacer nada, aparte de indignarse y protestar, en el mejor de los casos.

Es una constante: las posibilidades de que algo despertara una movilización cívica masiva son prácticamente nulas. Claro que no faltará el que encuentre excesivo esto. ¿Cómo que no hay movilización cívica? ¿Qué es "cívico"? Es muy complicado decir cosas así: si el apellido "democrático" es el que tiene el "polo" que propone convertir en ministros a los asesinos sin siquiera el simulacro de las urnas (ahora ya lo son, como el vicepresidente, como el alcalde de Bogotá, elegido por una minoría gracias a las maquinaciones de Santos y al silencio de quienes supuestamente promovían otra candidatura), ¿qué significará "cívico"? ¡Claro!, un paro cívico, cuando sale la chusma a cortar las carreteras y si puede a saquear los comercios. El civismo en Colombia tiene un sentido particular, tal como la educación, la democracia, la defensa de los derechos humanos... Colombia es una realidad que envilece cada palabra que usa.

Y el problema es que no se puede concebir una sociedad civilizada si no hay ciudadanos, pero de nuevo uno se encuentra con las jodidas palabras. ¿Qué es "ciudadano"? Todo el mundo es ciudadano, como mucho dirán que es el de la ciudad. Y es porque la "ciudadanía" es el "conjunto de los ciudadanos de un pueblo o nación". Por eso conviene un repaso al diccionario para no seguir usando palabras de sentido tan vago que al final resultan vacías.
3. Habitante de las ciudades antiguas o de Estados modernos como sujeto de derechos políticos y que interviene, ejercitándolos, en el gobierno del país.
Eso es lo que no hay en Colombia, personas que intervengan ejercitando sus derechos en el gobierno del país. Por eso existe un endemismo tan increíble como el "voto de opinión", correspondiente a la noción de que la mayoría de los votos son "votos de maquinaria", es decir, comprados, aunque no siempre fuera una transacción directa.

Pues ese déficit es el elemento central de la realidad colombiana, tal como la ausencia de servicios médicos es el elemento central de las epidemias que asuelan a África. La fascinante transformación del gobierno elegido por la gente que veía avanzando el país con Uribe en uno cada vez más afín al castrismo (al punto de que oficialmente Colombia pide el fin del embargo estadounidense a Cuba y no la celebración de elecciones libres) es prueba de dicho proceso. ¿Dónde ha habido alguien que protestara? ¿Cómo es que la imagen del presidente se mantiene en tan alto nivel? ¿Cómo es que todo el legislativo se dedica a perseguir al anterior gobierno pese a que la inmensa mayoría de los representantes fueron elegidos como "uribistas"?

Es muy importante volver al diccionario, a la definición del "ciudadano" porque esos "derechos" que tiene el ciudadano van acompañados de deberes que en muchos casos son severas cargas. El colombiano se las arregla para librarse de ellas y sacar provecho de la situación sin tomarse en serio esa condición más bien supuesta de "ciudadano".

Y de nuevo se encuentra uno con la historia: los "derechos" y la condición de "ciudadano" son pura retórica porque antes de considerar esa categoría el colombiano está pendiente del rango, del "estrato", por lo que no es ciudadano igual que otros. De ahí que intervenir en el gobierno del país no sea una forma de ejercer el civismo, sino de enriquecerse o al menos de obtener algún bien o favor: el Estado era una empresa de saqueo y los saqueadores miraban a sus víctimas aborígenes con desprecio infinito. Siglos después, los saqueadores son los arquetípicos lagartos o lambones y los saqueados ya están mezclados de todos los tipos étnicos y sólo aspiran a formar parte del pueblo elegido de los que disfrutan de su nombramiento en alguna entidad estatal.
Es decir, ningún esfuerzo que no represente una ventaja inmediata y mesurable va a encontrar colombianos dispuestos a hacerlo. Por cada persona capaz de tomar parte en alguna iniciativa relacionada con los intereses generales hay cientos de lambones, cuya actitud es exactamente lo contrario del civismo:
1. m. Celo por las instituciones e intereses de la patria.
2. m. Comportamiento respetuoso del ciudadano con las normas de convivencia pública.
El lagarto no tiene el menor interés por la patria, como mucho por la selección de fútbol, y su comportamiento respecto de las normas de convivencia pública se acaba en la ostentación de lo que determina su nivel de consumo, a veces también su rango. El lagarto ayuda a robar a los demás ciudadanos y a corromper las instituciones, por eso tanta gente con puesto estatal festeja infamias como el encarcelamiento del anterior ministro de Agricultura o el espeluznante prontuario de la fiscal (estar en la cárcel en Colombia es para un político o un militar una prueba de su rectitud: quienes deberían estar presos, como Alfonso Gómez Méndez o la ramera que hace de fiscal actualmente, son la autoridad judicial).

Un aspecto casi cómico de esa ausencia de civismo, de esa disposición del lagarto, es el "criticismo": prácticamente todos los "científicos sociales" o incluso los titulados en otras carreras encuentran un gran honor en señalar los problemas del país, ocasión con la que descalifican a todos los políticos, como insinuando que la única solución es que gobiernen ellos. Eso sí, la información que manejan sobre la realidad del país es prácticamente nula: no les hace falta, ya mostraron sus buenas intenciones y la calidad de su estrato, manifiesto en el descontento con el mundo que se encontraron.

En ese nivel de patio de prisión se ejerce otra clase de "civismo", tan antitético con la definición del diccionario como todas las genuflexiones y puñaladas de los lambones rutinarios: la protesta. Casi siempre para acallar a alguien, como cuando algún político honrado va a una universidad, pero también para impedir cualquier progreso, como ocurrió recientemente con el hotel que se pensaba construir en el Tayrona: la chusma vocifera, también en las redes sociales, convencida de que lo que daña el medio ambiente no es su indolencia sino aquellos placeres que no puede pagar. Al colombiano, al candidato a lambón, le parece que algo se salvó de una posesión que descubrió el día anterior gracias a que se perdió la ocasión de crear puestos de trabajo y aumentar los ingresos de la región.

Un mínimo de preocupación por el medio ambiente llevaría a los colombianos a reciclar la basura, por ejemplo. En España, y sólo de la basura no específica, hay seis bolsas distintas (sin contar las pilas, el aceite, los materiales eléctricos, los bombillos y otros desechos específicos). En Suiza sólo para el vidrio hay varias bolsas distintas. Suponer que un mamerto (que es el verdadero nombre del lagarto y que es totalitario en la medida en que aspira a disponer de todo lo ajeno gracias a que obedece al correspondiente administrador de violencia) va a ser capaz de "rebajarse" a clasificar la basura es inconcebible.

Sin ciudadanía ("comportamiento propio de un buen ciudadano") no hay país viable tal como sin lectores no hay literatura. Al no haber ciudadanía los jueces se sienten autorizados a disponer de los recursos comunes para favorecer a sus clientes y los periódicos a mentir y confundir la información con la opinión, a hacer pura propaganda, porque al otro lado no hay nadie a quien interese la verdad ni el porvenir de la comunidad más allá de la lamentable y despreciable borrachera de orgullo que le da algún triunfo futbolístico.

También la política termina siendo lo bárbara que es por ese mismo déficit: al actual presidente sólo le interesa obtener aprobación inmediata con cualquier gesto, incluido algo como decir que un crimen contra un pueblo le da buena suerte a la selección de fútbol, porque a los pobladores del país sólo les interesa el beneficio inmediato que pueden obtener, aunque sea en términos de halago o de posible ostentación (tal como explotó la chusma convertida en dechado de perfecciones, obviamente anticapitalistas, con ocasión del hotel del Tayrona).

La inexistencia de ciudadanía es en definitiva puro primitivismo: el actual presidente trata a los ciudadanos como a ganado, al que un vaquero hábil de todos modos complace. Esa actitud de dueño de la finca es prácticamente obvia cuando lidia con personas sin dignidad, pues a fin de cuentas no se trata con respeto a quien no lo tiene por sí mismo. Y ahí se demuestra de nuevo lo que propuse antes: el déficit de civismo es el aspecto principal de la realidad colombiana, porque todo lo que se quiera construir presupone que existen personas con esa disposición. No los rutinarios y penosos indignados que prejuzgan que todo administrador público es ladrón y siempre terminarían robando si tuvieran puesto. Bueno, éstos son al fin sólo otra clase de lagartos-mamertos: los potenciales.

(Publicado en el blog Atrabilioso el 29 de noviembre de 2011.)